LEYENDA
por César Pérez Arauco:
Los antiguos habitantes de Pasco, afirman que a partir del siglo XVIII. Sobre la cúspide del imponente nevado de Huaguruncho, se podía distinguir una colosal cruz de oro macizo cuyos áureos destellos, se apreciaban nítidamente de todos los confines. Una cara de este imponente crucifijo recibía el saludo del sol naciente de las mañanas; la otra, los postreros destellos de los atardeceres.
Su extraordinario brillo y enigmática ubicación intrigaba a los hombres y mujeres que, admirados, contemplaban su magnificencia, sin poder desentrañar el misterio de su procedencia.
Andando el tiempo, entre colosales nubarrones, celajes misteriosos, truenos y tormentas, desapareció la cruz tragada por desmesurados aluviones y lluvias incontenibles.
Los campas, custodios de la heredad del misterio, narran la siguiente historia
Un día no precisado del mes de mayo de 1742, cuando la estación de las lluvias esta terminado y los pajonales enseñaban su verde mas intenso, apareció navegando sobre las aguas de Perené, conducido por la cacique Simirinchi Bisabequi, un hombre joven de treinta años, luciendo una barba con algún bozo, fornidos miembros acerados , pelo cortado como los indios de Quito y color pálido amestizado; de estatura mas que mediana, vestido con una chusma encarnada color achiote y el recio continente de un monarca.
Los nativos que lo contemplaban por primera vez, se enteraron que era descendiente directo del último monarca del imperio y que su nombre era Juan Santos Atahualpa Apu Inca que había entrado en el Gran Pajonal para recuperar el destruido imperio de los incas, que había llegado para arrojar a los extraños, enemigos de PACHAKAMAITE y recuperar la corona que Pizarro había arrebatado a su padre; que Dios Omnipotente le enviaba a recuperar sus reinos y había entrado en la selva para comenzar su misión en ella; que le creyesen y obedeciesen por que de no hacerlo, haría caer los montes, desbordar ríos y arder los cielos, que a partir de aquel instante recompondría su reino para que se acaben los obrajes, ganaderías, haciendas y toda la esclavitud de sus hijos. Dominador de las lenguas nativas, los hablo con un ardor nunca antes oído, con un amor que se traslucía en su continente emocionado y sus ojos vivos y brillantes. Tanta fue su entrega y el contenido de su mensaje q todos, imbuidos de una fe que ya casi la habían perdido, quedaron convencidos de su predicamento. El viento que corría por la fronda aviso al río y a las aves y al trueno y a la lluvia; y así lo supieron los amueshas, los campas, los piros, los amages, los simirinchis, los shipibos, los conibos, los andes y todos los indios de nuestra selva que presurosos acudieron a ofrecerle obediencia y lealtad, dejando abandonados a sus pueblos. Tal fue la conmoción que los indios del Gran Pajonal se unieron incondicionalmente a los de las márgenes del Perene, Metraro, Eneno, San Tadeo, Pichana, Najandaris y todos los naturales del Cerro de la Sal. Nunca antes en la selva se había visto nada igual. Rivales encarnizados, guerreros adversarios, caciques sanguinarios; hablantes de diferentes idiomas y adoradores de dioses diversos, habían acudido al llamado del Apu Inka, enviado de Dios, para seguirlo y expulsar a los extranjeros que se habían apoderado del imperio.
Este hombre de férrea y arrolladora personalidad, hablaba varios idiomas aprendidos en Europa, especialmente el latín. Era profundamente religioso cristiano que rezaba todos los días; que leía las agradas Escrituras; que predicaba a los indios con la que conque lo hacían los sacerdotes; que sobre el pecho descubierto, franco y poderoso, llevaba un sólido crucifijo de plata asegurando que Él guiaba sus pasos.
En cumplimiento de su prédica y teniendo al Gran Pajonal como escenario de su campaña, instala su cuartel General y se pone en acción inmediata. Destruye veintisiete misiones franciscanas, haciendas y obrajes, apoderándose de las pertenencias de los españoles, apresando y castigando a los negros, llegando a matar a los más rebeldes. Arrasa con todo. Alentando por la victoria decide atacar la sierra para expulsar a los españoles. Estaba bien enterado de los infamantes abusos que éstos contenían contra los indios. Es en esta ocasión que el gobierno español, poniendo todo su empeño, procede a tener un cerco desde Huánuco hasta Huanta con el fin de contener el movimiento. Se da categoría de frontera a toda la línea disponiendo que los gobernadores de Jauja y Tarma ataquen al rebelde. En cumplimento de esta orden, los jefes, Troncos de Jauja y Milla del campo de Tarma, llegan con sus fuerzas hasta Quisopango en medio de la constante hostilización de los indios rebeldes, sin entrar en combate franco. Eludiendo fácilmente a estas inocuas columnas realistas, el rebelde inca avanza sobre Huanca bamba en defensa de cuya plaza salen nuevas y más pertrechadas tropas de Tarma. El avance rebelde es tan arrollador que los españoles se ven precisados a instalar un fuerte en la localidad selvática de Quimiri (La Merced) pero sin lograr contenerlos. Los insurgentes muy fácilmente se apoderan de este vacilón dando cuenta de sus defensores.
El avance de Juan Santos Atahualpa Apu Inka es incontenible. Así las cosas el compungido Rey de España decide poner a la cabeza del virreinato peruano a un militar de oficio. Sustituye a Juan Antonio de Mendoza y Camaño y Sotomayor por José Manso de Velasco, Conde de Superunda.
El nuevo virrey organiza una expedición militar al mando del Marqués de Mena Hermosa, la misma que es batida en todas sus líneas por el inca insurgente. La derrota, con la consiguiente pérdida de vidas y material de guerra para los españoles
Desesperados los chapetones se baten en retirada decidiendo establecer dos poderosos fuertes en contención: uno en Oxapampa y otro en Chanchamayo. El invicto rebelde destruye con facilidad esos fuertes y luego vence a otra expedición al mando del marques de Mena Hermosa.
El camino a la sierra está abierto, la resistencia de la selva central ha sido vencida después de ventiún años ininterrumpidos de lucha franca y continua, sin que jamás fuera derrotado el Inca rebelde.
Al hacerse realidad esta añorada recuperación en reconocimiento por la bendición recibida del Imperio y en reconocimiento por la bendición recibida por el cielo para el triunfo final de la selva, el imbatible caudillo guerrero, utilizando todo el oro recogido de las minas y los ríos de la selva, hace fundir una sólida y bruñida cruz de oro macizo de descomunales proporciones, la misma que mediante un magistral y agotador trabajo de ingeniería rudimentaria, es fijada en la cúspide del Huaguruncho, construyendo un túnel vertical que comunica perpendicularmente a base con la cima del monte. Este trabajo, había demorado tres largos y fatigosos años a los empeñosos indios de la selva. Venia a significar a confirmación en la fe a Cristo del caudillo Juan Santos Atahualpa.
Los campas aseguran que, en aprobación de este magnifico gesto cristiano, Juan Santos Atahualpa fue ungido con una especial bendición de Dios, ya que al morir-cumplida su valiente misión en la selva-entre nueves y vapores brillantes, se elevo hacia los cielos en medio de cánticos hermosos y extraños con la promesa que volvería
El caso es que, otro día, cuando utilizando la represeión sangrienta y cruel los españoles y los negros, volvieron a recuperar las posiciones de la selva, en medio de lluvias torrenciales, truenos y relámpagos, la cruz de Huaguruncho desapareció tragada por las nieves eternas.
Los campas dicen que el símbolo volverá a refulgir cuando retorne Juan Santos Atahualpa y esta ves si serán dueños definitivos de sus tierras selvícolas.
de "El Folklore Literario del Cerro de Pasco" - pág. 202 - 204